Mi pequeño Narciso

Hace mucho, cuando el país estaba fracturado en seis poderosos imperios, hubo un rey cuyo nombre se pronunciaba apenas en susurros. Su crueldad era tan grande que muchos juraban haber visto en sus ojos el brillo de un demonio. Bajo su sombra, nadie se atrevía a levantar la mirada... ni la voz.
En medio de aquel reinado marcado por el miedo, llegó a sus manos un pequeño niño, tan frágil que parecía un suspiro del destino. Sin entender por qué, el rey lo tomó bajo su techo... y también bajo el peso de sus errores. El niño cargó con las decisiones más oscuras del monarca, decisiones guiadas por la única persona en la que el rey jamás debió confiar. Y así, sin quererlo, la vida del pequeño se convirtió en la herida más profunda del propio rey.
Cada mañana, cuando el sol apenas tocaba los muros del palacio, el rey se arrodillaba frente a una pequeña flor que crecía en su jardín. Era la única que había logrado sobrevivir en todo el reino, un milagro silencioso entre tanta devastación. Él la cuidaba con una delicadeza que nadie creería posible en un hombre como él.
"Eras tan pequeño como tú...", murmuraba mientras rozaba sus pétalos. Y aunque jamás lo admitiría en voz alta, todos sus secretos, su culpa y lo poco que quedaba de su humanidad descansaban en esa flor.
Porque en ella vivía el recuerdo del niño al que había dañado... y la parte de sí mismo que aún deseaba redención.