La anatomia del juego

Sofía Mendizábal no tiene tiempo para enamorarse. Ni ganas. Ni neuronas funcionales. R4 de Cirugía Pediátrica, vive entre quirófanos, guardias interminables y café que ya debería tener número de colegiado. Su vida es un caos estable, predecible, manejable y, sobre todo, precario, lo que explica cómo acaba aceptando cubrir los chequeos del Sakonbia BC, el club de baloncesto que paraliza la ciudad y del que, para colmo, es fan desde que tenía uso de razón (o desde que aprendió a gritarle a los árbitros en inglés).

Y por si la humillación no fuese suficiente, se encuentra con Hugo Oliveira, capitán del equipo, jugador favorito de Sofía (aunque ella lo negaría sin pestañear) y dueño de dos metros once de calma insultante, disciplina casi ilegal y una sonrisa pequeña capaz de estabilizar cualquier pulso, incluso el suyo. Sofía es un caos con bata; Hugo es orden en zapatillas de talla imposible. Ella le revuelve la existencia; él consigue que la suya deje de tambalearse. Ninguno quiere complicarse la vida, pero en una ciudad que respira lluvia y late al ritmo del pabellón, lo que empieza siendo una desafortunada coincidencia se convierte en algo inevitable, impredecible... y peligrosamente parecido a todo aquello para lo que ambos juran no tener tiempo.