𝐀l principio, no eran más que dos almas destinadas a chocar, a encontrarse.
𝐄lla era el fuego que encendía las disputas: directa, orgullosa, impulsiva, soberbia, incapaz de retroceder.
𝐄l era el mar, que las apagaba: carismático, sereno, paciente, tolerante, frío y distante. Incapaz de ir más allá.
𝐂uando sus caminos se cruzaron, la tensión surgió como una chispa violenta. Ella lo desafiaba, él cedía. Ella lo humillaba, él sólo permanecía en silencio. Mientras ella lo aborrecía, él actuaba con prudencia, tratando de no ostigarse, aunque le fuera difícil no responder de la misma manera.
𝐇asta que, sin quererlo, empezaron a buscar la manera de hablarse. Ese odio se convirtió en una excusa para hablar con el otro. Cada oprobio que podía iniciar una discusión se transformó en un chiste casual, del día a día, y que se volvieron sólo pretextos para tenerse cerca. Hasta que ese odio fué derritiéndose, y un amor tan dulce como la miel, floreció en su lugar, tan puro como las rosas, y tan sincero como ellos mismos.
𝐏ero el destino nunca fué amable con los valientes. Cuando por fin se permitieron ser vulnerables, la vida les exigió un precio demasiado alto.
𝐔n último adiós que ninguno estaba preparado para dar.
𝐀hora, sólo queda el eco de lo que fueron, y el dolor de una historia que, aunque nació de dos
polos opuestos, merecía un final diferente.
" 𝖨𝗇𝖼𝗅𝗎𝗌𝗈 𝖾𝗇 𝗈𝗍𝗋𝖺 𝗏𝗂𝖽𝖺, 𝗏𝗈𝗅𝗏𝖾𝗋𝗂́𝖺𝗆𝗈𝗌 𝖺 𝖾𝗌𝗍𝖺𝗋 𝗃𝗎𝗇𝗍𝗈𝗌, 𝗆𝗂 𝖺𝗆𝗈𝗋.. "