Karen Montenegro juró no volver a la Habitación 507, pero su cuerpo nunca firma los mismos contratos que su mente. Cada vez que evoca ese cuarto prohibido, recuerda sus manos en su cintura, su voz grave en el oído y la manera en que la hacía olvidar hasta su propio nombre.
Él no le promete amor. Le promete noches: sábanas deshechas, besos que saben a despedida y un placer tan brutal que siempre termina oliendo a culpa. Ella lo sabe bien, sabe que cada mensaje suyo es una invitación a hundirse más en el abismo del deseo... pero aun así, abre la puerta con manos temblorosas, se arrodilla ante él, entregando su boca ansiosa a sus exigencias, y susurra "última vez" mientras sus caderas se arquean en súplica.
Entre hoteles clandestinos, encuentros robados en la penumbra y silencios que queman como dedos trazando senderos de fuego sobre su carne, Karen se debate en una guerra erótica: el hombre que la rompe es el mismo que la hace temblar de deseo. Y mientras la 507 se convierte en el escenario de cada recaída, ella tendrá que decidir qué duele más: seguir entregándose a él... o aprender a vivir sin el pecado que más disfruta.
Antes que Hebe llegase a su vida, Esteban tomó decisiones que lo llevaron a posiciones que no se esperó. Intentando hacer una vida segura para todas las personas a su alrededor, lucha por ser la mejor versión de sí mismo y no caer en la locura.
Personas le ayudaron en el camino y le enseñaron que cada uno creaba su propio destino. Cada persona porta su propio pasado y presente, y con ello las dificultades que la vida provee. Esteban comprenderá que no todo siempre es de una forma u otra y que en ciertas ocasiones los matices son los que le dan vida a los lienzos.