En la preparatoria San Aurelius, dos mundos rotos se encuentran en el momento más improbable.
Galen llega como el chico nuevo: impenetrable, silencioso, dueño de una calma que parece tallada en hielo. Nada lo perturba, nada lo conmueve. Su mirada observa, mide, clasifica... sin promesas, sin calor. Es el tipo de presencia que no necesita demostrar peligro para que todos lo sientan.
Helene, en cambio, arde. Vive con el corazón desbordado, atravesada por emociones que la quiebran y la reconstruyen en cuestión de segundos. Es una tormenta que se derrama sobre todo lo que toca, una fuerza que siente demasiado y calla demasiado poco.
Cuando sus ojos se cruzan con los de Galen, algo indescriptible se enciende: un reconocimiento oscuro, un pulso que no deberían compartir.
Lo que comienza como un choque silencioso se transforma en una atracción peligrosa. Él se siente intrigado por su intensidad. Ella, desarmada por su vacío. Entre ambos se forma un lazo extraño, tenso, inevitable: un punto de encuentro entre el hielo que no sabe derretirse y la tormenta que no sabe detenerse.
Mientras la escuela murmura y las sombras se alargan, Galen y Helene descubren que sus abismos no se repelen; se buscan. Y que, a veces, las almas más rotas no se destruyen entre sí... sino que se reconocen.
Una historia donde el amor no salva, pero revela. Donde la oscuridad no asusta, sino que seduce.
Donde dos fuerzas opuestas aprenden que la ruina también puede ser un hogar.