Hace un par de años que Alondra Rost odia su nombre, exactamente 5. ¿Qué podría tener ella en común con el bello animal que cantaba en su ventana todas las mañanas? Nada, excepto tal vez cuando se encuentra cerca de algún instrumento musical del que el roce suave de sus dedos arrancara todas las palabras que pesaban en su corazón. ¿Qué pasaría si se encontrase con alguien dispuesto a derribar su muro de silencio y aturdirla con el sonido de su propio corazón? Tal vez, ser un pajarito no es tan malo.