Soryn se encuentra atrapada en un entorno que desafía toda lógica, un mundo que opera bajo las leyes imprecisas y sofocantes de una pesadilla. El paisaje que la rodea es inestable, cambiante, como si estuviera construido con fragmentos distorsionados de su propia mente. Allí convergen criaturas de múltiples orígenes: monstruos de anatomías imposibles, entidades alienígenas que se desplazan con movimientos antinaturales y vampiros que observan desde la penumbra con una inteligencia inquietante.
En este espacio hostil, cada forma de vida parece estar guiada por una misma intención: acosarla, someterla o destruirla. Soryn lucha contra todas estas amenazas con una mezcla de resistencia física y pura voluntad de sobrevivir. Cada uno de sus movimientos refleja el esfuerzo por mantener la cordura, pues el ambiente no solo intenta dañarla, sino también confundirla y quebrar su determinación.
La sensación dominante es la de un encierro absoluto. No hay caminos seguros ni refugios estables; incluso el suelo bajo sus pies puede transformarse sin previo aviso. El mundo actúa como una prisión viviente que reacciona a su miedo, amplificando cada sobresalto y cada duda. A pesar de ello, Soryn se aferra a su capacidad de lucha, consciente de que enfrentarse a estas criaturas es la única manera de desafiar la naturaleza opresiva del lugar y buscar una posible salida.
Todos cargamos con un poco de locura dentro de nosotros. Y es esa irracionalidad la que lo alimenta, la que dibuja una sonrisa que muestra sus dientes afilados y listos para romper piel y destilar sangre. Él puede olfatear la locura en tu alma como un sabueso entrenado, hambriento de dolor, destiñendo decadencia y muerte. Shhh, no digas su nombre.
Cover Art & Design: Consuelo Parra