𝑇һ𝚎 𝚙𝚘𝚙𝚞𝚕𝚊𝚛

Hawkins tenía la costumbre de dormirse temprano, como un pueblo viejo con la luz baja. Pero esa noche, cuando un motor rugió a través de las calles estrechas, todos los perros ladraron como si hubieran olido un depredador.

Era Billy Hargrove.
Recién llegado de California, con los nudillos marcados, una sonrisa peligrosa y la clase de mirada que prometía problemas antes de que él siquiera bajara de la camioneta.

Su llegada no pasó desapercibida en la escuela.
Claro que no.
Billy caminaba por los pasillos como si estuviera en una pasarela y todos los demás fueran meros espectadores. Chicas, chicos, profesores... daba igual. Todos volteaban a verlo.

Excepto Steve Harrington.

Steve, en ese entonces, estaba atravesando su propio caos: ruptura complicada, reputación fracturada, responsabilidades que nunca pidió y un grupo de niños que lo habían adoptado como niñera oficial.
Había cambiado. Demasiado rápido y demasiado fuerte como para preocuparse por un rubio nuevo con pinta de incendiar todo lo que tocara.

Y ese detalle -el hecho de que Steve no lo mirara- ardió en el ego de Billy como gasolina.