A la sombra de la guerra

¿Confías en la existencia de un Dios?

Es una pregunta sencilla… hasta que se formula en voz baja, en un campo donde hasta la tierra tiembla por el miedo. La humanidad ha buscado explicaciones desde el origen mismo del mundo: unos afirman que todo provino de un acto divino; otros, que fue el rigor de la ciencia el que dio forma a la vida. Pero, en la guerra, entre el olor del barro y la pólvora, ninguna teoría parece suficiente.
En esos lugares, incluso el más creyente se pregunta si de verdad existe un Dios capaz de ofrecer un abrazo cálido… o si nunca estuvo ahí.

Esa duda me perseguía. Quizás porque siempre me sentí fuera de lugar. Mi familia, alguna vez noble, cayó en desgracia, y con ella mi vida entera. No era fuerte, ni hábil, ni estaba hecho para el trabajo duro que los demás realizaban con orgullo. Había en mí algo… delicado, dicen. solo distinto, como si hubiera nacido con un alma que no encajaba en el molde de lo que un hombre “debería” ser.

Y entonces llegó la orden: toda familia debía enviar a uno de sus hijos al frente.
En la nuestra, ese hijo fui yo.

El día del reclutamiento se sentía como una sentencia silenciosa. Los rostros desconocidos… todos marchábamos hacia un futuro del que nadie regresaría siendo el mismo.

La crueldad tiene muchas formas, y todas ellas encuentran espacio en los pasillos oscuros de los barracones. La humillación se volvió rutina; el miedo, un compañero constante. Aprendí a callar, A preguntarme, noche tras noche, si todo habría sido distinto si hubiera nacido con otro género.

Fue en medio de ese infierno que lo conocí.

Él era nuevo, apenas un recluta más, pero la mirada que llevaba… la había visto antes. La misma mezcla de dignidad rota y esperanza terca que yo trataba de conservar.

Quizá por eso, cuando nuestras miradas se encontraron, sentí que la pregunta volvía a surgir.
La misma, insistente, cruel, necesaria:

¿Alguna vez te has preguntado si todo hubiera sido diferente si hubieras nacido siendo otra persona?