Lando Norris siempre había vivido bajo los reflectores: cámaras, titulares, rumores. Pero con Blair La Wolff, todo fue distinto desde el principio. Ella no era solo "la hija de Toto Wolff"; era inteligente, reservada, con una sonrisa tranquila que contrastaba con el caos del paddock. Su historia comenzó sin flashes, sin anuncios... solo miradas robadas entre garajes y mensajes borrados después de leerse.
Se enamoraron en silencio.
En cenas escondidas en Mónaco, en viajes donde fingían no conocerse, en madrugadas hablando de miedos que Lando nunca confesaba a nadie más. Blair entendía el peso que él cargaba, y Lando entendía que amar a Blair significaba vivir siempre entre lo prohibido y lo imposible.
Cuando Lando empezó a publicar fotos "inocentes" -una mano, una sombra, un reflejo en un espejo- el mundo sospechó, pero nadie tuvo pruebas. Cada publicación era un acto de amor camuflado, un te pienso sin decir tu nombre. Blair, desde el otro lado del paddock, sonreía en silencio, sabiendo que esas imágenes eran solo para ella.
El problema nunca fue el amor.
Fue el apellido.
Fue el qué dirán.
Fue el miedo a dañar carreras, equipos y familias.
A veces se amaban con la intensidad de quien sabe que puede perderlo todo. Otras veces se soltaban, creyendo que era lo correcto... solo para volver a encontrarse, porque algunas historias no saben terminar.