
Isagi odiaba esa sonrisa. Kaiser odiaba esa obsesión. Se insultaban, se empujaban, se buscaban en cada jugada como si el balón fuera excusa. Y lo fue. Porque entre choque y choque, entre insulto y respiración cortada, algo se rompió. De pronto ya no estaban jugando al fútbol. Estaban jugando a devorarse. *La imagen no es mía, derechos asu autor/aTodos los derechos reservados
1 parte