Hoy, como ha sucedido desde hace veinte años en una fecha cómo está, mi cumpleaños, estoy sentado a la mesa de un restaurante chino en el barrio chino de la ciudad de México. Cuarenta años, y como hace veinte años viene siendo la costumbre hoy también me encuentro solo. De mi mente he borrado todo recuerdo y pensamiento que no tenga que ver con aquellos escritores con sus libros que rescataron mi alma del abandono de aquel fatídico amorío primerizo. A lo lejos, volteando de manera reflejo como quien busca en la multitud la iluminación, veo a aquel a quien un día ame, a quien creí me había enseñado la forma de amar y que un día en medio de una batalla lo creí muerto. Hoy veinte años después, en el mismo restaurante que solíamos concurrir, lo veo sentado a cuatro mesas con dos niños y una mujer, comiendo rollito primavera y algo que parece ser mi pulmón.