Ereri. Los ojos de ambos brillaban, mientras que los movimientos que el pelinegro desempeñaba eran sexys, experimentados, como si toda una vida hubiese estado practicando aquello. Tal vez eso era cierto, quién sabe. —Te mueres por darme una mordida, ¿No, Eren? Me deseas… Quieres hundirte en mí hasta no poder más… Doblemente sucio —.