Les vi, a los dos, estaban ahí, en esa cafeteria, se estaban... Besando. Él, mi novio, el amor de mi vida, el que juraba amarme solo a mí, protegerme y nunca traicionarme; ella, mi amiga, la que compartió tantos momentos conmigo: risas, secretos, llanto... Los dos, ellos a quienes yo ayudaba y hacía hasta lo imposible por su bienestar, ellos... No eran más que unos falsos, mentirosos y traicioneros, cuando estaban conmigo fingían odiarse y, a mis espaldas, ellos estaban juntos. ¿Tanto les costaba decírmelo? Lo hubiese entendido, me hubiese dolido, sí, lo admito, pero no tanto como descubrirlo por mí misma. El dolor de un desamor nunca dolerá mas que el dolor de una traición.
Sin embargo, a este juego de la vida llamado amor pueden jugar dos.