A lo mejor estamos siempre acumulando nuevos yoes. Sumando personalidades a medida que tomamos decisiones, buenas y malas, que metemos la pata o progresamos, que perdemos la cabeza y recuperamos el sentido, que nos hundimos, nos enamoramos, lloramos a un ser querido, crecemos, nos apartamos del mundo o lo agarramos por los cuernos, a medida que creamos cosas y las destruimos. Y cada nuevo yo se encarama a los hombros del anterior, hasta que acabamos convertidos en una inestable torre humana. No somos más que inestables torres humanas.