-Hola pequeño Daniel - saludó dulcemente la madre del bebé, tras lo cual cogió al niño cuidadosamente en brazos y lo meció, al tiempo que el largo y castaño cabello de ella se movía. Pasados unos segundos la mujer depositó a Daniel en la cuna de nuevo, apagó la luz y salió de la habitación. Daniel abrió los ojos en la oscuridad, esos ojos cristalinos color ambar. A pesar de no haber cumplido aún los dos años; era un niño, podríamos decir inteligente y especial; sí, esas palabras le definían perfectamente. El niño vio de inmediato el oso de peluche de color azul que reposaba sobre la cómoda de su cuarto a un par de metros de él, lo quería, y para ello le bastó con mirarlo fijamente; al momento ya lo tenía entre sus brazos, aprentándolo con fuerza contra su pequeño pecho. No nos equivoquemos, el oso no voló, ni se teletransportó, ni siquiera alguien se lo entregó al niño; por eso podríamos decir que Daniel era especial. Esto ocurrió hace mucho, demasiado tiempo para que nadie hoy se acuerde del suceso ( mucho menos Daniel, claro). Por lo menos han pasado diecisiete años, ya que en la época en la que ocurre nuestra historia ya no hay muchos peluches, ni interruptores como los que conocemos... Daniel hoy es un guapo adolescente en el año 2035 y solo él conoce la existencia de su increíble habilidad.