"Tricia, te gusta", me dije el otro día mirándome al espejo, llenando mi propia boca del terrible nombre que eligieron mis padres para mí. "Te gusta, admítelo. No pasa nada". Pero sí que pasa, sí. Yo desde siempre he sido gilipollas. De pequeña me daba por trepar las estanterías, y claro, me caía. Tengo alguna cicatriz en la cabeza por eso. Cuando crecí un poco, en una obra de teatro del colegio, dije mis líneas, y también las acotaciones. En el primer año de secundaria, le lancé el estuche a un compañero, y éste salió volando por una de las ventanas de la clase. Ahora mismo, en mi último año de instituto, me siguen pasando cosas similares, y es porque soy gilipollas. El problema es que lo soy aun más cuando me gusta alguien. Las dos soluciones ante este problema son enamorar a quien me gusta o desistir, y soy demasiado gilipollas como para enamorar a alguien... Lo bueno es que también lo soy demasiado como para desistir.
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