El año pasado viví uno de los momentos más bonitos, importantes y de esa misma manera horribles de mi vida. Fue cuando Mariandálilla, que solía verla por horas aun así ella se sintiera nerviosa, juró y selló con un beso nuestro supuesto amor, siendo extremadamente lleno de emoción y pasión, justo cuando acabábamos de tener relaciones sexuales en la casa abandonada en el bosque más romántico jamás, repleto de luciérnagas. Era ciego ante su amor, pero no fue hasta dentro de unos días después que su ex-novia llena de furia me contó, qué, aunque no me hablara le preocupaba lo que sucediera conmigo por todos los momentos que habíamos vivido juntos y que Mariandálilla solo estaría conmigo por mis riquezas y herencias de mi padre.
Supe que era momento de vengarme, así tomé acción, la invité a nuestro encuentro donde la magia sucedía, le recité una de las obras del poeta más famoso del mundo, llamada ‘el adiós’, y con el mismo compás que yo juntaba mis labios de la última palabra, yo sacaba un cuchillo filoso y sin pensarlo dos veces la degollé para no arrepentirme, vi su cuerpo, lo rodeé varías veces y caminando por encima del charco de sangre regresé a mi casa, quitándome la ropa y mirando a través de la ventada vi una nota pegada que decía… ‘algunas mentiras me hacen no ensuciarme las manos’...
Todos cargamos con un poco de locura dentro de nosotros. Y es esa irracionalidad la que lo alimenta, la que dibuja una sonrisa que muestra sus dientes afilados y listos para romper piel y destilar sangre. Él puede olfatear la locura en tu alma como un sabueso entrenado, hambriento de dolor, destiñendo decadencia y muerte. Shhh, no digas su nombre.
Cover Art & Design: Consuelo Parra