Seguramente no habrá nadie esperando por mí del otro lado. Ese fue el primer pensamiento luego de despertar en el cuarto de un departamento con personas que desconocía. La chica de la noche anterior parecía un ser inmortal de Shangri-La, pero no se encontraba entre las personas del departamento, que juzgando a primera vista parecía que habían hecho una fiesta en honor a Baco. Jamás lo hubiera imaginado, yo creía haber errado sobre las suposiciones del mundo y cómo las personas debían llevar su vida. Aquel día me di cuenta que ya le tenía miedo a dormir, todas las mañanas me aturdían, pensaba que de alguna forma me hacía sentir normal el hecho de odiar a los nuevos amigos de mis amigos porque es lo que todo el mundo hace, tal vez me equivoqué. Mi nombre es Fab, mi padre es italiano y mi madre brasileña, eso debió influenciar mi forma de ser, siempre imparable, buscando lugares por conocer. Mi infancia, como la de cualquier otro niño, jugando a la pelota soñando que algún día jugaría un mundial, entretenido con el Play Station hasta que mi madre lo apagaba para mandarme a dormir. También tenía un perro que era mi fiel escudero e imaginábamos que rompíamos todos los molinos de viento con nuestras espadas y lanzas de juguete. Mis vecinos, un par de inadaptados como yo, siempre en busca de aventuras en el rancho rodeado por sauces que estaba justo al lado de nuestras casas. En la tercera sección del fraccionamiento estaba una entrada que era un pasillo entre las caballerizas abandonadas, y una noche decidimos entrar para averiguar qué había al final del corredor de tierra; “yo no entro ni por un vinyl de The Beatles”, dijo ‘Escarcha’ [el apodo de Juan] el menor de los tres. Tuvimos que meterlo a la fuerza mientras su cara representaba la más grande cara de terror que un niño de siete años pudiera hacer. Lo convencimos al fin y nos mantuvimos juntos pues eran las 11 menos 15 de la noche, hacía frío pues vivíamos en Toluca, y a