Mi vida no ha sido de color de rosas. Principalmente porque la vida no tiene colores. Tiene sentimientos. Buenos, malos y terribles. Me ha tocado mucho de lo último. No me quejó. Acepto la vida que me toco. Vivo, o eso intento, y dejo de vivir. Me preocupo por lo que queda de mi familia. Trato de no ahogarme en alcohol y espero el destino que mi tía me tiene preparado. No tengo estúpidas reglas, porque sé que las romperé. Pero después de conocerlo, creo que debí reconsiderar la regla número uno de toda persona en mi entorno. No te enamores. No esperes una princesita que no pueda alzar sus ojos más allá de sus zapatos. Ni un idiota con complejo de superioridad. Porque los papeles cambiaron. No es un gran consuelo, pero es lo que hay.