Una leve brisa acariciaba mi usual pálido rostro, el cual hoy lucía un poco iluminado debido al maquillaje que fui forzada a usar. Me encontraba sentada en una elegante silla, la cual se asemejaba mas a un trono, con algunos bordes dorados resaltándola. Cada segundo parecía ser un siglo, y los minutos, una eternidad. Me preguntaba cuanto tiempo mas me tendrían esperando en este lugar. ¿Que querían? ¿Transmitirme incertidumbre, y que la tortura de la espera a lo desconocido me comiera viva? Pero, ¿qué era eso? ¿Como se sentía estar en la incertidumbre, o estar atormentada? No estaba muy segura. Lancé una mirada alrededor del despacho en el que estaba. Condicionado para intimidar a quien sea que entrara aquí, excepto a él, claro esta. Con cuadros de diseños extraños y casi místicos, junto con varias esculturas sin sentido, estando algunas sin cabeza y otras sin brazos. Me levanté con lentitud de la silla, cuidando de no tropezar y caer, otra vez, con la cola del largo vestido rojo sangre que me dieron. Sujetándolo, me dirigí hacia la amplia ventana que estaba frente mío. Al llegar, miré a través de ella, ignorando mi rostro reflejado en los cristales. El cielo estaba totalmente gris, sin un rastro de su usual matiz azul. Me preguntaba si de la manera en la que estaba el cielo, era la forma en la que esperaban que me sintiera, pero, ¿como era estar así? ¿como debería expresarlo? Los pasos en el pasillo dirigiéndose hacia el despacho, me sacaron de mis pensamientos. En pocos segundos, escuché la puerta abrirse tras mío. Vi en el cristal de la ventana y efectivamente era su reflejo. Era él. Escuché sus fuertes pisadas avanzar hacia mi y en segundos, se detuvo justo detrás, con su respiración chocando en mi cuello. De pronto sentí su fuerte agarre en mi rostro, apretando mi quijada. E inesperadamente, sentí su húmeda lengua acariciar mi mejilla. -Tranquila, ahora eres solo mía.- dijo Y equivocadamente, creyó condenarme
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