El día tortuoso en el que comenzó todo me genera escalofríos de tan solo recordarlo. Era solamente un niño, incapaz de imaginar lo que se avecinaba.
Es increíblemente triste ver como pueden destruir a la persona que más amas hasta dejarla hecha pedazos y, luego, observar como se levanta temblorosa, con una sonrisa frágil, mientras te susurra: "Todo está bien mi amor, no volverá a pasar".
Nunca le pedí a la vida que fuese buena conmigo, pero hubo días en los que se lo implore entre sollozos y gemidos lastimeros, suplicando, por un poco de paz.
Es cierto que la vida jamás sigue el curso que deseamos, ni siquiera tenemos idea de la mierda que hay en el mundo hasta que la tenemos en frente.
Y así fue, una noche sombría. Llegó ebrio, algo usual. Vi su mirada, sus intenciones, y en cuanto puso sus asquerosas manos sobre ella quise gritar en total desesperación. Era tan violento, tan salvaje, tan cruel...
A pesar de que mis gritos y sollozos se mezclaban con los de mi madre, él no se detuvo, se quitó el cinturón y la llevó a rastras escaleras arriba.
Mis intentos no tuvieron validez alguna al intentar detenerlo y mis golpes en la puerta tampoco surtieron efecto.
Fue de las experiencias más horrendas que tuve en mi vida.
Pero por supuesto que ahí no había acabado.
Lo que vino después fue por mucho, peor.
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