La guerra que no acabó con todas las guerras
En pleno auge de la sangrienta Primera Guerra Mundial, donde llanuras, colinas, ríos, ciudades y fortalezas son teñidas de rojo, y los lamentos agonizantes de los soldados caídos resuenan entre el lodo y pólvora de las trincheras, algo mucho más oscuro se desataría.
El 6 de agosto de 1915, los alemanes liberaron gases altamente tóxicos, diseñados para doblegar a los resilientes rusos que se negaban a ceder ante la artillería, pero lo que ocurre desafía toda comprensión humana.
Los cuerpos caídos, aquellos a quienes la muerte ya había reclamado, vuelven a levantarse.
Las trincheras dejan de ser fronteras entre naciones. Ahora separan a los vivos de los muertos. La guerra cambia sus reglas, los fusiles ya no apuntan solo a los enemigos de antaño, sino a cadáveres hambrientos que marchan sin miedo. Sin alma.
Soldados y civiles de distintas naciones deben dejar a un lado su odio y trabajar juntos para sobrevivir.
Entre ellos, un joven soldado ruso, junto a su camarada endurecido y amargado; un científico alemán obsesionado con la plaga que ha quebrantado las leyes de la naturaleza; junto a su fiel asistente cansado de tanto revoloteo; una médica francesa que desafía prejuicios y jura salvar a quienes puede... o morir intentándolo.
Un general británico, devorado por el odio y forzado a cooperar con quienes masacraron a los suyos; a lado de su teniente, un soldado de hierro que aún se aferra a la moral en un mundo desolado; un arditi italiano que luchará hasta su último aliento.
Un otomano devoto cuya fe será puesta a prueba hasta el límite; y un austrohúngaro que solo hace su trabajo ante el panorama caótico.
En un mundo donde la muerte ya no es el final, los principios éticos y la cordura serán las primeras víctimas. Porque en esta guerra, no existe la gloria. Solo la muerte.
¿Acaso la humanidad sucumbirá ante la guerra que ellos mismos desataron, y que prometió acabar con todas las guerras...?
