Los pitidos entraban y salían de mi mente dejando un eco insoportable. El olor a detergente inundaba mis fosas nasales, mientras unas manos enguantadas me intentaban levantar. Mis ojos luchaban contra la luz blanca, era imposible ver algo. Estaba realmente asustado. No sabia que pasaba, ni dónde estaba. Sentí como una aguja atravesaba la piel de mi brazo. Entonces los pitidos cesaron, y el mundo volvió a cerrarse.
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