Recuerdo perfectamente el día en que lo conocí y creedme fue un poco cutre pero genial. A el le había encantado mi manera de pensar, a mi me había encantado todo absolutamente todo lo que el me había mostrado. Cuanto más lo conocía más me gustaba, no me daba cuenta que me estaba enamorando, no quería pero no podía evitarlo. Era un veneno pero me gustaba envenarme cada noche de sus besos, dulces y a la vez amargos, de sus brazos que querían protegerme abrazándome pero no lo hacían. Y cuando me miraba llegaba a la muerte, moría cuando me miraba fijamente por unos segundos, su mirada me decía todo y no me decía nada. Yo cerraba mis ojos e intentaba grabar ese instante en mí memoria. Nacía otra vez al amanecer cuando pronunciaba con voz suave e infinita “Buenos días”. Recuerdo cada segundo, cada instante, cada caricia, cada beso que a mí me lo daban todo y a él nada. Quizás por eso nunca escuché un “Te quiero” pero muchas veces te vi beber tequila. Estaba destruyéndome a mi misma pues la realidad era muy distinta, tú no querías nada de mí más que mi cuerpo por las noches y yo, yo de ti quería una vida. Aunque no fue su intención, por momentos me hizo feliz y lo agradezco. Pero siempre estaré agradecida por darme aquel momento tan horrible, aquel duro golpe que pensé que acabaría con mi vida, aquellas palabras que me dejaron muda y solo quería salir corriendo de aquel sitio y llorar, llorar hasta haber gastado la última lágrima. Mientras tú, tú solo pensabas en quién sería la próxima tonta que cayera en tu mirada color azul verdoso, en quién sería la próxima que contaría tus lunares mientras dormías, en quién tratase de desvestir tu alma y solo consiguiera quitarte la ropa. En serio, agradezco lo que no hiciste por mí porque así logre quererme más a mi misma, aprender de mis errores y sobre todo, a seguir adelante, a vivir mi vida y disfrutar cada segundo de la misma.
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