❛ A comienzos del gélido invierno, una noche de diciembre aquella mínima figura se mecía en su caja de cartón. Sus labios totalmente resquebrajados y de un tono violáceo, con la tez más pálida de lo que acostumbraba, sintiendo que sus huesos se humedecían; el fin, se le acercaba. Aquellos pequeños guantes que mostraban los dedos no conseguían el efecto de calidez necesario lo que hacía que estuviesen originando un terrible frío en aquella zona de su cuerpo, si seguía expuesto a esa temperatura sus dedos se carbonizarían, al igual que él mismo. Cada vez que tomaba una bocanada de aire sentía como su garganta se encogía por el helado aire de la ciudad. Movía con dificultad sus largas orejas las cuales, por lo menos, protegían sus pequeños ojos y las congeladas lágrimas de sus moradas y malheridas mejillas. Estaba viendo su asquerosa vida pasar y, antes de dar un suspiro sintió como recorrían toda la extensión del propio cuerpo unos brazos cálidos pero finos. Una cabellera rosa tapaba el rostro de la chica que, ahora, lo había tomado en brazos. Él no daba crédito, pero se dejó abrazar y quedó profundamente agradecido a la fémina pudiendo musitar un negligente «gracias» ❜