Mi nombre es Katherine Johnson, tengo veinte años, nací en Nueva York, vivía allí, hasta que alguien, aún no sé quién, me quitó ese previlegio.
Os escribo esto desde por lo que parece, un sótano. Son mis primeras 24 horas sin ver la luz del sol. Me han secuestrado, a mí y a otras doce personas desconocidas. No sé el por qué, ni qué van a hacer con nosotros, pero tengo miedo.
He visto a varios hombres vestidos enteramente de negro, armados, vigilándonos, pero parece que reciben órdenes de otra persona, alguien que está al mando de todo esto, alguien que, en vista de las cámaras de seguridad situadas en el techo, nos vigila, desde otro lugar.
No sé quién es, ni si lo veremos. Solo sé que nos quiere aquí, a todos, por alguna razón. La muerte acecha, pero conmigo no lo tendrá fácil. Lucharé por sobrevivir y por contar esta historia que, sin duda, merece ser contada.
Saint Adofaer es un hospital psiquiátrico de alta seguridad donde habitan los monstruos más oscuros de la mente humana: asesinos, manipuladores, criminales que se esconden detrás de una máscara de enfermedad.
Anthony Cadwell, un joven residente de psiquiatría, llega con un propósito claro: explorar los límites de la locura y entender lo incomprensible. Pero Saint Adofaer no es un lugar para comprender, es un lugar para resistir. En sus pasillos helados y bajo las luces estériles, conocerá a siete pacientes, cada uno una grieta en la humanidad, cada uno una forma distinta de perder la esperanza.
Pero será su última paciente quien lo marque para siempre. Una historia que sobrepasa todo diagnóstico, y que le enseña una verdad inquietante: los libros de medicina no lo enseñan todo.
¿Qué sucede cuando aquello que intentas salvar te susurra que nunca debió ser salvado?