-Estoy harto de sentirme débil¿sabes?-dijo Stiles, casi en un susupiro... -Nogitsune!! La puerta está abierta.- El nogitsune se apoderó de mi cuerpo. En ese momento me sentía bien. Era una sensación inexplicable. Me sentía poderoso autosuficiente...malvado.
-Stiles...p-pero...¿que has hecho?-Lydia evadió a Stiles con una de las tantas preguntas que pasaban por su cabeza en ese mismo instante.
-Lo correcto- Stiles se dió la vuelta dejando ver así su rostro, pero su cara normal, esta tenía un aire distinto. Stiles te podía iluminar con su sonrisa, con sus ojos podía hacer que olvidaras problemas que no creerías que podrías olvidar. Era humano, sí, pero tenía un 'don'. Sin embargo, la cara de Stiles, si se le puede llamar así ahora presentaba un expresión de superioridad. Sonreía de lado dejando ver algunos de sus blancos dientes. Sus ojos mieles, ya no, no eran color miel, sino marrón oscuro, más bien, marrón chocolate. Lo medité por un segundo y, di con la clave. Ese no era Stiles.
El pueblo de Wilson es tranquilo, regido por sus costumbres y creencias religiosas muy estrictas, donde Leigh ha crecido, siguiendo cada regla y pauta como se le ha indicado. Un pueblo donde no se recibe con mucha gracia a los recién llegados así que cuando Los Steins se mudan a su lado, Leigh no puede evitar sentir curiosidad.
Los Steins son adinerados, misteriosos y muy elegantes. Lucen como el retrato perfecto de una familia, pero ¿Lo son? ¿Qué se esconde detrás de tanta perfección? Y cuando la muerte comienza a merodear el pueblo, todos no pueden evitar preguntarse si tiene algo que ver con los nuevos miembros de la comunidad.
Leigh es la única que puede indagar para descubrir la verdad, ella es la única que puede acercarse al hijo mayor de la familia, el infame, arrogante, y frío Heist.