-Tus ojos son un misterio y tus labios una perdición...- Murmure con agonía. - Pero tu cuerpo... maldita sea. - Mi puño se dirigió a la pared donde la tenía acorralada. -Es un pecado...- Me acerqué más a ella y rocé sus suaves labios con los míos. Atrapado en mi condena, me dirigí a repartir besos en su mejilla, rozando mis labios por su cara, hasta llegar a su barbilla. - Eres el pecado más hermoso que pueda cometer. - Susurre en su oído. - ¿Qué me has hecho?
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