Te descubrí un día cualquiera. Leías, con mucho interés, un libro de tapas rojas. Parecías tan concentrada, que ni te percataste de que yo te miraba. Una hora sin separar mis ojos de tus labios, tu nariz, tus ojos, tu cara. Una hora en la que pude haberme acercado, haberte conocido, haberte conquistado. Pero me quedé parada, petrificada por tu inmensurable belleza, imaginando nuestra primera cita, nuestra primera conversación. En mi mente eras toda una diosa, una eminencia de la hermosura, pero, también, una exquisita compañía, una brisa fresca en una sociedad viciada.
Yo no sería mucho ante ti, ni tan siquiera podría imaginar cómo llenar tus ansias de conocimiento, como abstraerte de la literatura con un sutil, pero efectivo, juego de palabras. Quizá esperabas a alguien, pero ¿quién podría retrasarse durante tanto tiempo cuando había quedado con una mujer tan fascinante?
Lauren Jauregui llegó a la universidad con un mes de retraso. No por gusto, sino porque la vida le había arrebatado a alguien que jamás pensó perder. No tenía cicatrices visibles, pero su mente era un campo de batalla donde el pasado aún rugía.
Quería empezar de nuevo, dejar atrás el dolor, pero apenas puso un pie en el campus, la vio. Una morena de ojos hipnóticos . Hubiera querido acercarse con una sonrisa, pero la bienvenida que recibió fue muy distinta.
Un ardor repentino en su mejilla la dejó helada.
-¿Por qué me das una bofetada? -preguntó, sin entender.
La joven frente a ella la miró con furia contenida, sus labios temblaban entre la rabia y el dolor.
-Te lo mereces -espetó-. Jugaste con nosotras... las mismas palabras, las mismas bromas. Todo era un juego para ti, ¿verdad?
Lauren sintió cómo el aire se volvía denso a su alrededor. ¿De qué estaba hablando? Ella no conocía a esa chica. O al menos, eso creía...