Tal vez te estés preguntando por qué te estoy escribiendo.
No lo sé.
Ignoro qué idea retorcida ha cruzado por mi mente que me ha obligado a escribirte estas líneas. Pero al parecer logro encontrar un poco de paz mental al expresarte mis sentimientos. Uno pensaría que quiero que leas esto, pero conociéndome sé que ni siquiera haré el intento de dejar esta carta en un buzón de correo para que llegue a tus manos. Por lo tanto, sólo me limitaré a escribirte.
¿Qué te escribiré? No lo sé.
Cualquier cosa, supongo.
El punto es que he hallado en ti alguien que puede escucharme sin sentirse obligado a responderme algo. Y eso es lo que necesito en este momento. Quizás, tan sólo quizás, un día me atreva a mandar todo al carajo y te envíe aunque sea una carta. Podría enviarte la primera, la número diez o la última carta. Quizás al final las queme todas sólo para sentir que soy participe de un patético ritual de finalización. En fin, no sé si sea capaz de enviarte una.
Pero imaginaré que tú respondes.
Trataré de imaginar tu voz, tus gestos, incluso tu letra. Intentaré imaginar que estás a mi lado mientras te escribo, y que parodiando de una forma medieval a las típicas redes sociales, tú me respondes con una letra que empezaré a aborrecer, sobre hojas de máquinas reutilizadas. No espero que tus respuestas me den algún consejo útil, ni siquiera considero esto como algo que realmente me pueda ayudar, pero como te dije antes, me siento bien al escribirte.
Y creo que he llegado a la conclusión de que quiero sentirme bien aunque sea por unos breves minutos. Así que, bueno, empecemos.