Su confianza al andar, la mirada pícara con la que miraba al resto de personas, esa sonrisa ladina que atraía a sus presas, la forma sarcástica en la que alzaba las cejas retándome a acercarme a ella, todo en ella gritaba peligro, y aún, en la situación en la que me encuentro, esposado a una columna de un edificio apartado de la ciudad, con la piel llena de quemaduras de cigarros, con la boca manchada de sangre, y con droga en mi organismo, no me explico como pude enamorarme de ella. Yo, un chico estable, amante del ajedrez, que estaba terminando sus estudios, me enamoré de ella, me enamoré del peligro personificado.All Rights Reserved
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