Después de dos años, nos volvimos a contactar. Feliz día del amigo escribió -¡qué ironía!-.
Me quería ver. Mientras yo, por mi parte, no quería. Lo necesitaba. Se iba desvaneciendo toda experiencia conseguida, toda inteligencia, toda lógica.
Aparentando desinterés, escribí que debíamos vernos. Tomar unas cervezas, quizá. No tardó en tildarme de borracha, como en las viejas épocas. No tardé en volver a amarlo silenciosamente, como en las viejas épocas.
¿Subió de peso? ¿Se habrá enamorado/desenamorado de alguien? ¿Demostró amor-por primera vez- a alguien? Ni siquiera puedo enumerar las decenas de preguntas que inundaron mi mente, y mi corazón. Doce años de amistad, y para mí era un desconocido. Será mi venganza, por no haberme correspondido. ¿Venganza? Los amigos se aman, como el me amó a mí. La que falló fui yo, al perderme en esos ojos color cielo. Lo mío fue pura traición.
Si se enterara, que en medio de nuestras charlas acompañadas de un buen whisky, yo me perdía en la especulación. La especulación de qué pasaría, si le robase un beso. No de esos besos que daba siempre, esos besos juveniles, de chiquita adolescente. Yo me refería, a robar el último primer beso de mi vida.
Después de tanta cursilería invadiendo mi cuerpo, no volví a ser la universitaria liberal, amante de la nieve y el whisky. Volví a ser la colegiala enamorada de su mejor -o ex mejor- amigo de la infancia y adolescencia. Qué historia de amor más trillada.
Ella odia la atención
Él adora la fama que tiene como jugador
Ella ama leer
Él ama el fútbol
¿Conseguirán ser más que amigos aunque ella sea vasca y él catalán? ¿Aunque ella odie el fútbol y él leer? ¿Aunque él la vea como la fan del Athletic y ella como el defensa del Barça?