Estaba sentada en al orilla de un gran bosque, miraba el abismo eterno de la vida. No pensaba en nada mas que la distancia que había entre su vida y la vida de su luna, su cielo, su sol. Sólo quería tranquilidad, pero solo encontraba soledad, la soledad de su ser amado lejano, que no recordaba incluso el brillo de su mirada. Había ya pasado tanto...
Quería solo salir del abismo, intentaba hacerlo, pero su vida siempre fue paralela a la vida de su amado y al final del camino terminaban por encontrarse.
Se preguntaba ¿porque la vida había sido tan injusta? que debía pasar, para poder volver a mirar los ojos de su cielo, no hallaba respuestas, solo caían las hojas de los arboles y los arboles junto al viento, hablaban de su inmensa soledad.
Pensaba, como sería volver a sentir el calor de su sol, el brillo de su luna y la tranquilidad de su cielo. Como se sentiría su cielo de volver a encontrarse con su estrella, que ahora sin su brillo andaba perdida, fugaz.
Un día caminando por las alamedas, se encontró de frente con su sol, era tan resplandeciente su mirada, que en un momento se sintió encandilada y cayó de rodillas ante su amor.
Una lágrima recorrió su mejilla al darse cuenta de que su cielo había ya encontrado una estrella y al sentir el desprecio de la luna, dio una mirada con torpeza, se levanto del suelo y siguió su camino por las alamedas.
Ya después de haber comprendido que el cielo tiene muchas estrellas, que la luna ilumina muchos planetas y que el sol quema todo, incluso el corazón. Se arrojo al abismo, perdiéndose en la nada, en la nada de su amor, en la nada de su conciencia.
Solo se arrojo y mientras caía pensaba en todo el tiempo que perdió buscando su luna, habiendo tantas estrellas como ella, buscando un amor, un amor sincero, un amor irrompible, un amor verdadero, de esos que perduran en el tiempo y son recordados no por el tiempo juntos, si no por lo intenso y verdadero.