Ellos eran especiales,
2 personas que vivían en un mundo patas arriba, 2 personas que se conocían muy bien, 2 personas con inquietudes, jóvenes, maduros para su edad, en ocasiones locos y conscientes de la realidad.
Conscientes de que vivían en un mundo en el que muchas cosas debían cambiar, y como esto era así, empezaron a luchar.
Intentaban construir un mundo mejor, difícil tarea, pero juntos, siempre juntos, y juntos hasta el final.
Les unía un lazo, atado con un nudo imposible de desatar.
Cada vez que aquellas 2 personas se miraban, se podía caer el mundo a su alrededor que ellos seguirían en pie porque se tenían el uno al otro.
Se conocían muy bien, con una mirada, eran capaces de decirse más cosas que con un buen puñado de palabras, se apoyaban siempre, y juntos eran felices, muy muy felices.
Puedo deducir que comían muchas perdices, porque si no...es inexplicable cómo podían alcanzar tales niveles de felicidad.
Abbie tiene un problema y la solución está en la puerta de al lado.
¡Ella no ha hecho nada malo! Sin embargo, su excompañera de hermandad la ha puesto en un aprieto en donde su futuro universitario pende de un hilo.
Con el tiempo corriendo, pánico y una mejor amiga experta en dar soluciones, Abbie explora las opciones, pero no tarda en darse cuenta de que Damiano, el frío jugador de hockey y su ceñudo compañero de piso, es la respuesta.