Siempre me senté en el mismo árbol.
Él llegó y se sentó en un árbol, el árbol que yo ocupaba.
Ahora compartimos el árbol pero él no quiere eso, o no quería eso.
-¿Bajo el mismo cielo?- Preguntó rozando nuestras narices.
-Bajo el mismo cielo, siempre.- Dicho esto, lo besé, y no estaba dispuesta a dejarlo ir, nunca.