Apreté el gatillo. Ya estaba muerto. Esa voz era la de Guillermo, quien me había matado hace tiempo. Me cambió por una mujer intentando esconder su homosexualidad. Parecía arrepentido. Pero que ahora ni se le ocurra llorar ni decir que me amaba. Que ni se le ocurra decir que está triste porque me cambió, ni que se arrepiente por no haber estado conmigo. Que ni se le ocurra decir nada de eso. Porque esas palabras eran todo lo que necesitaba para quedarme.
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