Él se había convertido en el protagonista de mis innumerables versos. Podría pasarme día, tarde, noche plasmando en millones de hojas en blanco mis sentimientos hacía aquel chico y jamás cansarme, aquel que logro de alguna u otra manera robarme el corazón. Con solo una mirada era capaz de transportarme a lugares en los que nunca había estado, y lo maravilloso era que solo sus ojos eran capaces de lograr eso. Sus brazos se habían convertido en mi lugar favorito en el mundo. Su risa, el sonido de su voz hacían que mi corazón se acelere a mil por hora y se dibujara en mi rostro una sonrisa tonta. Él era mi refugio, su compañía era mi favorita y reconfortante manera de olvidarme de los problemas que me rodeaban. A pesar de la edad que teníamos y lo jóvenes que éramos yo podría, y lo aseguro, me enamore de él, ¿Cómo lo sabía? Muy sencillo de responder, ya no necesitaba buscar a nadie más. El simple contacto de su mano con la mía, verlo sonreír y saber que la que causaba aquella felicidad era yo, mirar esos hermosos ojos marrones, ser la dueña de sus caricias, sus besos, de su corazón, esos pequeños detalles hacían que me sintiera cada vez más segura de la decisión que había tomado, dejarlo entrar en mi vida. Me enamore de él y más que saber por qué o explicarlo, lo sentía. De repente aparecieron en mis aquellas "mariposas en el estómago" cada vez que lo miraba fijamente, lo abrazaba o besaba, en fin cada vez que lo tenía cerca. Él era el dueño de mis pensamientos, cada uno le pertenecía a él, solamente a él. Su llegada a mi vida se encargó de convertir a aquella niña fría e insegura en una poeta enamorada.