Todo comenzó el día en que tomé una libreta, un lápiz y me senté a escribir. No me despegué del cuaderno hasta que creí que era conveniente. Me sentía orgullosa de mi misma, 379 paginas, escritas sólo por mí, leídas sólo por mí y nadie más, por fin había hecho algo por mí misma. Decidí mostrárselo a la persona de quien más necesitaba su apreciación y su visto bueno: mi madre. Me miró raro, me dijo que me dejara de tonterías y que no volviera a hacer esas estupideces, y ahí quedó mi sueño. Dos meses y quince días después murió. Un mes, cuatro días de su muerte se suicidó mi padre. Dos semanas después del suicidio, me mudé con mi tía Tara, y no volví a decir nada de aquella libreta. Tres años después, decidí que la crítica de mi madre fallecida no me iba a afectar. Hice un resumen del libro, realicé una limpieza y mejoramiento a unos primeros capítulos y los escribí en otro idioma, y lo mandé a una editorial a un millón de kilómetros de mí. Lamentablemente llegó a otras manos, a tus manos, no creo en las coincidencias. Y así es como mi vida comenzó, con un día nubloso, una bitácora, un lápiz y unas ganas de desaparecer del mundo.
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