Hace un par de años conocía a través de vídeos y audios publicados en Internet, transformándome en una admiradora de su tan extraordinaria, particular, placentera, exuberancia y delicadeza forma de interpretar la música clásica.
Observo con sana envidia como la gente de Europa disfruta al contemplar sus conciertos, al presenciar todo, se pasan por mi cabeza sensaciones y abreacciones de mi vida, lo que me hace reflexionar y pensar sobre cómo nos hemos ido transformando a una sociedad tan acelerada, llena de preocupaciones, dejando de lado la recreación y hasta la familia, con un afán de ambiciones terrenales, con la mentalidad de una felicidad farisaica.
La vida ahora la dividimos en varias partes, trabajo, televisión, internet, celular, todos andamos abrumados, preocupados, que nos transfigurando a personas serias apesadumbradas, producto de cansancio o estrés.
Durante estos conciertos, y percibir como las personas quedan perplejas y cautivas con las asombrosas melodías de André, llegar hasta lagrimas me hizo deplorar pensar que en Honduras y en otros países las personas no tenemos el acceso de conocer este tipo de música o a asistir a un espectáculo de jerarquía mundial.