Aunamos aquí dos palabras cuyos significados podrían parecer en principio diametralmente opuestos. Y de hecho lo son. Por un lado, la microbiología, disciplina científica encargada del estudio y análisis de los microorganismos, esos seres tan pequeños, tan necesarios y, a veces, tan puñeteros. Por otro lado, ponemos en la batidora literaria a la prosopopeya, también llamada personificación. No se trata, como cabría pensar por el nombre, de la bisabuela de Popeye, sino de una figura retórica que consiste en atribuir a las cosas inanimadas o abstractas cualidades propias de los seres animados, o a los seres irracionales cualidades propias del ser humano.
Al mezclar estos dos conceptos, surge casi por generación espontánea este maravilloso y sorprendente relato, titulado con el nombre de la protagonista, donde la propia microbiología nos hace una presentación en sociedad de sí misma. Con un cierto recelo, y con un aire entre indignado y orgulloso, esta área del saber nos cuenta quién es ella y lo que piensa de esos extraños seres llamados humanos.