-Me sentía como uno de esos globitos de helio atado a la superficie con una piedra. La más pesada del mundo. No podía alcanzar mi metas y mi destino, porque el peso de la superficie era tan grande que no podía luchar e ir en contra de la gravedad como el resto de los globos. Era absorbida por la triste realidad que me rodeaba cada vez más y más, y nadie me ayudaba. Todo..., hasta que apareciste tú, y me liberaste-le digo, mirándolo directamente a los ojos, proyectándole toda mi sinceridad. Nos quedamos en silencio, admirando aquella metáfora sobre mi vida en la completa armonía de nuestras tranquilizantes respiraciones. Él esboza una leve sonrisa al soltar el globo atado a su muñeca en un leve movimiento, y lo seguimos con la vista en su camino al cielo en el mar de estrellas sobre nuestros hombros, observando cómo el globo se hace más pequeño conforme asciende hacia su destino. Nos miramos cálidamente y continuamos en silencio, percatándome así que no solo compartimos aquella metáfora. Sé que compartimos mucho más. Lentamente nuestros dedos se buscan los unos a los otros y se unen delicadamente, en la expresión y demostración más tierna de nuestros sentimientos.