El gran camión de mudanzas había llegado y mamá corría con la vajilla fina entre los brazos. El llevaba zapatillas de deporte y una gorra de beisball sobre la cabeza, caminaba con seguridad a pesar de solo tener ocho años, sus ojos curiosos buscaban tras la pequeña cerca a los nuevos propietarios de la gran casa. No estaba lista para ser vista, mis trenzas lucían desgarbadas y mi jardinera sucia por la lucha sobre lodo con papá, por primera vez me importaba como un niño podría verme. Metí mi gran cabeza bajo el alféizar de la ventana y bese mis rodillas con fuerza. Hace diez años, esa fue la primera vez que vi a Park Jimin.