Me pidió que le hablara sobre el amor, pero era en realidad complicado para una persona como yo explicar sobre aquello a lo que había creído siempre tan falso, no tenía fe en ese supuesto sentimiento al cual los hombres llamaban como el más fuerte y puro de todos. Pero seguía mirándome, como si esperara una extensa respuesta de mi parte ¿Qué iba a decirle? No podía responder mis creencias a un corazón que parecía tan inocente, que simulaba nunca haber llorado. No podría hacerlo, no cuando sus ojos mostraban la esperanza de una respuesta que desbordara romanticismo. Él quería escucharlo, ese ridículo cuento de príncipes y reinas, esa tontería del sapo enamorado.