Es ahí, en el momento en el que ocurre todo, gritos, insultos, mensajes, indirectas, lágrimas, risas ahogadas en lágrimas, suspiros... Hasta que sales corriendo, sales por la puerta y te das cuenta que está lloviendo. Te cae una gota en la punta de la nariz y te pasa un escalofrío por la espalda que te impide echar a correr, te rindes. Andas unos cuantos pasos hasta que encuentras un muro de una casa que está cubierto por un pequeño techo que impide que diez centímetros más allá del muro se mojen, te sientas ahí con la esperanza de recuperar un poco de aire y no mojarte. El problema es que al sentarte empiezas a pensar que acaba de pasar, y ahora te cae una gota en la mano, pero no es de lluvia, sino es una lágrima que ha ido descendiendo desde tus ojos, pasando por tus mejillas y acabó en tu mano. Te das cuenta que estás destrozada, que ya no hay nada que hacer, que sólo puedes llorar y lamentarte por lo que ha pasado.
Arthur Zaens, un multimillonario frío y desalmado que ha vivido en la oscuridad desde la desaparición de su esposa, dejándolo solo con sus dos hijas gemelas. Desesperado por encontrar una niñera que cumpla con sus estrictas expectativas, Arthur conoce a Lía, una ex escritora y editora recomendada por un amigo. Aunque su relación comienza de manera conflictiva, con discusiones y malentendidos desde su primer encuentro en un bar, Lía se convierte en la persona que poco a poco transformará la vida de Arthur y de sus hijas, desafiando su frialdad y cambiando su mundo para siempre.