Los invitados se habían retirado hacía rato. El reloj dio las doce y media. En el salón sólo quedaron el dueño de la casa, Serguéi Nikoláievich y Vladímir Petróvich. El dueño llamó con la campanilla y ordenó que se llevaran los restos de la cena. –Pues, como habíamos acordado –pronunció, después de acomodarse en el sillón y encendiendo un cigarro–, cada uno de nosotros se ha comprometido a contar la historia de su primer amor. Empiece usted, Serguéi Nikoláievich. Serguéi Nikoláievich, regordete, rubio, de cara mofletuda, miró primero al anfitrión, alzó los ojos al techo y dijo, por fin: –No tuve un primer amor, empecé por el segundo. –¿Cómo así? –Muy sencillo. Tenía dieciocho años cuando empecé a cortejar a una señorita muy agraciada; pero la cortejaba como si ya estuviera acostumbrado a hacerlo; de igual forma cortejé después a otras mujeres. Pero la verdad es que, por primera y última vez, me enamoré de mi niñera cuando yo tendría unos seis años. Pero de eso hace mucho tiempo.All Rights Reserved
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