La primera vez que mis manos tensaron un arco fue junto a mi padre, cuando desparramábamos jugosos sesos de manzana en el jardín trasero. "Papá, quiero aprender otro truco" decía con mi incrédula voz de niña, "darle a una manzana es muy aburrido. " "Sel, no te desesperes. Para aprender algo nuevo tienes que controlar lo esencial" repetía él "¿Sabes? Si le das en el centro a la siguiente manzana talvez mañana apuntes a pelotas de béisbol en movimiento." Sonreía, achinando sus ojos "no te desconcentres y sigue apuntando." Ahora, después de siete años, aún oigo su consejo mientras sangre impregna la punta de mis flechas, sin embargo, ninguna súplica merece mi concentración. Y con la esperanza de que mi padre me perdone suelto la siguiente flecha, repitiéndome a mí misma que el fin justifica el monstruo en el que me he convertido.
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