Dicen que en las frescas noches de otoño de mi ciudad tropical, en sus oscuras calles, se tejen historias, centenares de mitos. Yo no lo creía, pues como hombre de ciencia que soy no me permito creer en fantasmas, duendes, brujas o en esos personajes nocturnos que han crecido junto a la ignorancia de un pueblo que sigue luchando contra el analfabetismo en pleno siglo 21. El otoño cursaba su último mes cuando me encontré con aquel suceso que me movió a seguirla como un loco por todos los túneles del metro que surca la ciudad de Santo Domingo.