Maurice intenta besarme otra vez y yo avanzo por la orilla del rio para esquivar sus movimientos. No es que su besos no me gusten, pero estoy pensando en aquel que me dio por primera vez; pocos meses atrás, el día que cumplí los quince años. Como era mi cumpleaños, me compró un regalo absurdo e insistió en acompañarme a casa. Y allí, bajo el marco de la puerta, tras mirarme con sus ojos melosos y curvar sus labios en una preciosa sonrisa, me besó. Y como in si ese acto tan imprevisible fuese lo más natural entre nosotros, los ojos para saborearlo. Hasta ahora, ninguno de los dos ha encontrado nada más interesante que hacer durante las innumerables horas libres que nos corresponden por vivir en un lugar comp Laruns. Maurice y yo nos conocemos desde siempre. Ya éramos amigos incluso cuando ninguno de los dos había aprendido a hablar. Y a pesar de la abrumadora tranquilidad que se respira en este pueblo, ninguno de los dos querría vivir en otro sitio. Porque Laruns