Siempre tenia frio. Era tan friolera que hasta en pleno agosto se duchaba con el agua tan caliente como en invierno. Le gustaban las bufandas en otoño y los pañuelos en primavera. Y llevaba estampados en los vestidos a conjunto con cada estación del año. Y esos labios... Esos labios rojos que brillaban cuando un haz de luz reflejaba en ellos. Le encantaba viajar. Iba y venia de un lugar a otro de tren en tren. Pocas veces habia cojido un avión. No le gustaban y creía que eran demasiado caros. De tanto en cuanto iba a hacer caminatas por las montañas y tardaba semanas en volver a casa. Vivía en un pueblecillo en el que la estación de tren estaba bastante cerca, en coche estaba a diez minutos y andando a paso lijero a unos veinticinco. Le encantaba llevar pasear a su perro. Sola. Los hombres le daban asco. Todos los que conocía eran repugnantes, babosos, machistas. Al tener buen cuerpo todos aquellos hombres la miraban con tanto deseo que en sus ojos se notaba que se la querian follar en cuanto pudieran. Sus pantalones los delataban. Ella los miraba con desprecio hasta que un día tuvo que darle un bofetón a uno de ellos por haberle tocado el culo. Des de entonces, los miraba con asco. Y aquél jueves otoñal, con sus ojas de roble caídas al suelo, despues de haber subido al tren, durmió durante horas hasta que descarriló.